domingo, 2 de noviembre de 2008

tiempo.

Quiero que me mires a los ojos, me digas que no ha sido en vano y que, tal como te esperé, me habías estado esperando tú también. Anhelo con ansia que articulados sonidos de tu boca lleguen a mis oídos diciéndome que todo lo que imaginé se va a cumplir y que va a ser eterno. No me conoces bien, yo te conozco la nada, pero siento que en el fondo, conocernos es apenas necesario y que al final del tiempo lo que triunfará será ese raciocinio impulsivo que desea guiarnos.

El día en que escuché por primera vez tu armonioso sonido y miraste hacia mi interior fue el instante en el que pensé que podíamos ser inseparables. El momento en el que tu mano tocó la mía sin aviso, fue el comienzo de un sentimiento desbordante y a la vez íntimo, reprochable aunque deseado. La vez en que me diste apoyo y abrigo marcó el final del principio de un efímero encuentro entre dos desconocidos.

El reloj marca las 21.29 en Santiago de Chile y un solitario hombre recuerda, frente a un radiante monitor, una breve anécdota de su vida. En otro lugar de la ciudad, el ente protagonista de sus recuerdos debe estar, no se sabe donde exactamente. El reloj marca las 21.32 ahora.


"Es necesaria la disminución del raciocinio, el control de la ansiedad y el aumento grosero de las conductas animales, además de un par de alas para aprender a volar sin importar cuán alto se esté".

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