jueves, 20 de noviembre de 2008

ascenso.


Quiero caminar, salir del lugar en el que estoy y simplemente ir a buscarte donde quiera que estés: en una habitación, en una biblioteca, en el metro. Ideas vagas y borrosas inundan mi mente como olas gigantes que traen cadáveres, tiburones, sirenas y corales arrancados. Ideas que en realidad son metas, sueños, realidades dentro de una mente humana. Subo la escalera, escalón tras escalón, y pareciese como si estuviera saliendo del mar luego de un gran desastre, pasando por mi mente tu imagen en cada milisegundo. La verdad es que no sé qué hacer. No quiero pensar lo que no es, pero no sé exactamente si lo que pienso es real. Recorro las calles, el sol está arriba encerrado en su jaula celestial, y el aire está más cálido de lo que puedo soportar. Más dudas. Más imágenes. Estoy obsesionado. Llego a la sombra, y repentinamente, veo que viene la micro por la otra vía: no se detendrá aquí. Comienzo a correr. Estoy desesperado. La única solución es correr, mover las piernas coordinadamente. Corro. Te veo a lo lejos detenido pero no hago más que correr... Paso corriendo por tu lado con el fin de que no me veas, sin embargo, ese es el preciso instante donde me tomas de la mano, y corremos juntos por en medio de la calle. Ya no siento mis piernas, estoy cansado... la imagen ahora es real y estás conmigo. Veo el sol cerca... no sé cómo lo has hecho, pero estamos en el aire, y ese es el motivo por el cual no percibo mis piernas. La ciudad está debajo de nosotros, nadie puede vernos, sólo el astro rey y el falso algodón de las nubes... somos libres. Iría en tu búsqueda, pero fuiste tú quien me encontró. Cantamos y, súbitamente, llegan armonías desde todos lados... Subo el volumen de mi reproductor mp3. Lo único que he logrado es subir a la micro y dejar el montón de gente atrás. No sé dónde voy y no deseo saberlo, sólo sé que quiero caminar, salir del lugar en el que estoy y simplemente ir a buscarte donde quiera que estés.

domingo, 2 de noviembre de 2008

tiempo.

Quiero que me mires a los ojos, me digas que no ha sido en vano y que, tal como te esperé, me habías estado esperando tú también. Anhelo con ansia que articulados sonidos de tu boca lleguen a mis oídos diciéndome que todo lo que imaginé se va a cumplir y que va a ser eterno. No me conoces bien, yo te conozco la nada, pero siento que en el fondo, conocernos es apenas necesario y que al final del tiempo lo que triunfará será ese raciocinio impulsivo que desea guiarnos.

El día en que escuché por primera vez tu armonioso sonido y miraste hacia mi interior fue el instante en el que pensé que podíamos ser inseparables. El momento en el que tu mano tocó la mía sin aviso, fue el comienzo de un sentimiento desbordante y a la vez íntimo, reprochable aunque deseado. La vez en que me diste apoyo y abrigo marcó el final del principio de un efímero encuentro entre dos desconocidos.

El reloj marca las 21.29 en Santiago de Chile y un solitario hombre recuerda, frente a un radiante monitor, una breve anécdota de su vida. En otro lugar de la ciudad, el ente protagonista de sus recuerdos debe estar, no se sabe donde exactamente. El reloj marca las 21.32 ahora.


"Es necesaria la disminución del raciocinio, el control de la ansiedad y el aumento grosero de las conductas animales, además de un par de alas para aprender a volar sin importar cuán alto se esté".