lunes, 2 de febrero de 2009

inesperado - primera parte.

Bajo el dintel estoy detenido. La vieja e irreparable "casa de campo", llena de objetos inútiles y cubiertos por el fino polvo proveniente del árido y pardo paisaje que mis ojos vislumbran; ya no es una madriguera segura. Me siento en la mecedora de aquella anciana que dejó todas sus pertenencias a mi nombre al fallecer, y cierro los verdes ojos que mi furtivo padre me heredó. ¿Dónde ha ido mi amada? El oasis no está lejos de aquí y ha tardado más de 3 horas en volver. Sin luz alguna entrando a mi retina y sumido en volátiles ideas, me pregunto... ¿es realmente mi amada a quién amo? Quizá sólo amo sus besos, sus caricias y su áspera y pálida piel, y no sus palabras, su preocupación, su perfeccionismo y su forma de vivir. La luz ha llenado mi jardín, y frente a mí, veo aún la desértica postal a la que me he enfrentado durante los 10 últimos años. Diviso el pozo y rocosas montañas a lo lejos, y sobre ellas, grises nubes que se acercan, además del cadáver de un ternero siendo devorado por dos grandes buitres, media milla más allá. Debo arreglar mañana la rueda de mi carreta, pues debo dirigirme al pueblo a buscar provisiones, ya que por lo visto, la tormenta durará al menos 5 días. Ya es de noche. Cierro mi humilde guarida y mi amada aún no regresa. Si no vuelve dentro de 48 horas, tendré que comenzar a buscarla. Estoy solo en mi cama, y ya es hora de dormir.

viernes, 9 de enero de 2009

tesoro.


Encontrar el tesoro es lo que más deseo. Más bien, decidirme a cavar es lo que realmente anhelo. Viajar en un barco sin rumbo, seguir el soplo fino y tímido del viento y dejarlo existir. Abrir la caja de pandora y sorprenderme y alegrarme por haber sido valiente al liberarla. Sentir que esa cajita me llamó, que deseaba que solo yo la cobijase y que mis manos fueran las encargadas de hacer mil trizas su candado. Quiero que seamos mar, viento, desierto y bosque, y que veamos fundirse frente a nosotros las agonizantes llamas a través del espejo. No es el desamor, sino la tranquilidad y el verdadero amor lo que hace brillar esa quieta fogata. Sé que tú quieres encontrar el tesoro, viajar en un barco en el que el capitán soy yo y dejar que tu cerradura sea fraqueada con mi llave. Quieres ser el mundo, mi mundo, y deseas ver el fuego arrasando con el bosque.
Si me explicase el universo el sentido de tus sublimes y soberbias palabras, quizá mi existencia y la tuya tomarían otra senda. Uno nunca sabe, al llegar al sitio indicado, si el tesoro está a unos metros de profundidad o si tendrás que seguir viajando para encontrar otro.