lunes, 4 de enero de 2010

inesperado - segunda parte.

Hoy me he despertado más tarde de lo que acostumbro y lo atribuyo a mi falta de preocupación. Mi amada no ha regresado, no he reparado la rueda y seguramente la tormenta comenzará por la noche. Me preparo un huevo de codorniz para el desayuno y busco algo de líquido en el pozo. "Tienes que arreglar la rueda", me susurra una suave e inexistente voz en el oído derecho. Ya es mediodía y la rueda está en perfectas condiciones, así que pronto estaré yendo al pueblo a través de esa monótona ruta que me llevará hacia el este. Ya en el poblado, me dirijo al mercado de abastecimiento para poder comprar algo de verduras, pescado, legumbres y gallinas para criar. Ahora muevo mis pies hacia el bar. Entro. Tequila es lo que suelo tomar, y hoy no será la excepción. Mientras tomo un sorbo, un hombre de semblante tímido y dulce se sienta a mi lado. Me cuenta sobre sus aventuras por Medio Oriente y Europa, sobre todas las mujeres con las que pudo estar en esas lejanas tierras y sobre aquellos valientes guerreros que recorrían interminables caminos entre reino y reino. Las lóbregas nubes se acercan cada vez más y ya es hora de volver a la cotidianeidad de mi polvoriento hogar luego de esta desenfrenada embriaguez. El hombre con el que hablaba me sigue hasta la carreta y me pide que regrese mañana al bar. Cortésmente y sin vacilaciones le ofrezco un espacio en mi hogar para que pasara la noche allí, ya que algo había en ese cálido hombre que me atraía sin control y no me hubiese aguantado un día sin verlo.